Don Johnson: cuando infravalorar al jugador cava tu tumba

Don Johnson

Los casinos son espacios preparados para prometer y ofrecer diversión continua a sus clientes, sin embargo, también están comprometidos con el objetivo de ganar dinero y ser negocios rentables. Los juegos de azar como el blackjack, la ruleta, los craps o las propias tragamonedas están preparados precisamente para ponérselo complicado a los jugadores y que sus fondos se queden en la banca. Pero una cosa es saber que tú tienes el poder y otra muy diferente es llegar a infravalorar al usuario que tienes en frente. Hacerlo puede implicar que se produzca eso que ninguna sala de juegos quiere: entrar en bancarrota.

Cualquier casino tiene que saber manejar este tipo de situaciones, de manera que también resulten atractivos para los clientes, si no tampoco conseguirán que la gente se deje en sus mesas el dinero. Pero quizá en los principales casinos de Las Vegas y los de Atlantic City del año 2010 importaba más bien la segunda opción. La crisis financiera los había dejado en la estocada hasta el punto de llegar a replantearse su futuro. Necesitaban atraer y comenzaron a ofrecer tremendos beneficios a los jugadores por el hecho de jugar regularmente en sus máquinas.

Ahora resultaría impensable encontrar una oferta en la que un casino te devuelva el 20% de tus ganancias una vez que estas superen el límite de unos cuantos miles de dólares, o que tu apuesta máxima pueda llegar a elevarse hasta los 100.000 dólares, o que te entreguen un bonus inicial de en torno a los 50.000 dólares para empezar a apostar. En realidad los bonos de los casinos online de hoy en día son exactamente eso, pero sus cantidades son mucho más reducidas y con unas condiciones de liberación que invitan a dejarse bastante dinero en la cuenta.

El caso es que muchos jugadores se aprovecharon de la situación para llegar a conseguir estos beneficios. Beneficios que en algunos casos llegaron incluso a elevarse a suites muy lujosas de hoteles y de más servicios especiales. Y hubo un jugador en especial que fue el amo y señor del Atlantic City de esta época gracias a ello. Donald Johnson era por entonces un empresario reputado gracias al manejo de una empresa dedicada al desarrollo de un software que pronosticaba los resultados más probables en las carreras de caballos. Un negocio de apuestas. Previamente, el nacido en Salem (Oregón) había sido jinete, pero no había podido llegar a profesionalizarse por su excesiva altura.

Johnson consiguió grandes beneficios con su negocio y se interesó en los años 90 por los juegos de casino. El blackjack era su punto débil y un juego en el que podía llegar a pasar horas y horas en una mesa apostando. Nunca había sobrepasado los 100 dólares en apuesta, ya que simplemente era un pasatiempo para él, pero los privilegios que ofrecían los casinos que solía frecuentar invitaban a dar un paso más. Pero nadie podría imaginarse que este personaje acabara haciéndose con más de 15 millones de dólares en este juego y convirtiéndose en uno de sus iconos más reconocibles. Y todo ello sin ser jugador profesional.

Johnson junto a una mujer

Y es que esto último fue precisamente lo que más le ayudó en su hazaña, su aspecto y reputación. Johnson se curraba tanto en la actitud como en la presencia el ser considerado como un tipo desenfadado, alguien a quien tan solo le importaba la fiesta y pasárselo bien en el momento. Un jugador que no aprecia el dinero y que es capaz de cometer excesos con mucha facilidad puesto que es una persona de éxito. Un blanco teóricamente fácil para un casino, siempre y cuando eso no sea más que fachada.

En realidad Don era todo un estratega. Aprendió las artes del conteo de cartas y lo puso en práctica en las salas en las que se sentaba. Para disimular también solía perder alguna que otra mano, pero sus ganancias pronto empezaban a llamar mucho la atención. Pero en realidad él y todo lo que tenía alrededor llamaba la atención, porque no estaba solo en el casino. Johnson viajaba con dos guardaespaldas, o lo que parecía ser guardaespaldas, y dos chicas que se dedicaban a animarle en sus jugadas. Como ya podemos imaginar, este era todo un séquito preparado para actuar.

Los guardaespaldas se encargaban de colocarse en lugares estratégicos para ser capaces de ver las cartas del crupier, mientras que las chicas eran las encargadas de hacer maniobras de distracción a otros clientes y a posibles empleados que estuvieran controlando a Don. Mientras tanto, el estadounidense se dedicaba al conteo como tal. Y era muy bueno. Así se lo reconocerían posteriormente ingresando al salón de la fama del blackjack, y es lógico después del gran golpe que consiguió dar al mundo de los casinos.

Para cuando los magnates del casino informaban a seguridad de que había que espantar al sujeto para que no siguiera ganando y ganando dinero, siempre era demasiado tarde. Unas veces porque el resto de jugadores curiosos que se habían acercado a observarle se habían contagiado de su forma de ser y andaban como locos celebrando cada mano ganada. Cualquier intento de echarlos sería un escándalo. Y en otras oportunidades, Don y sus socios se marchaban a tiempo a gastar gran parte del dinero conseguido en el propio restaurante del casino. Fingían no importarles gastárselo todo. Así tranquilizaban los ánimos y sus personajes ganaban aún más credibilidad.

Hay personas que pueden pensar que esto eran trampas, pero en parte sí y en parte no. Las trampas se producen cuando reduces las probabilidades de ganar a la banca de forma artificial. Johnson no solía hacer eso, o lo hacía en contadas ocasiones. Cuando sus guardaespaldas espiaban el resto de cartas sí, lo que les valió expulsiones de algunos casinos. Pero cuando utilizaba su inteligencia era algo completamente legal. Y los casinos lo sabían. Por ello en los siguientes años fue vetado en la mayoría de recintos de Las Vegas y Atlantic City.