Para tener las agallas de enfrentarse a una sala de juegos cara a cara hay que ser un jugador valiente. Algunos apostadores se quedaron a las puertas de poder ser reconocidos como auténticas leyendas y fue precisamente por esto. Unos pensaron que una retirada a tiempo era una victoria, mientras que otros serían extorsionados y amenazados por los magnates de los casinos. Hubo una época en la que en este sector apenas había reglas y todo valía con tal de mantener el beneficio, tanto por una parte como por otra. Hay muchos ejemplos de ello, pero lo cierto es que la mayoría de habilidosos decidieron tener coraje.
Podemos conocer el caso de Julian Braun, un hombre que empezó su carrera en los casinos de Reno, pero que pronto fue cazado por los sistemas de seguridad de estos lugares. Las consignas fueron muy claras. Había que asustarle para que no regresara por allí. Y lo lograron. Sin embargo, con nuestro personaje de hoy no iba a resultar tan fácil. No estaba solo y además tenía una gran afición por el blackjack. Tanto que llegó a ser uno de los que hizo la carrera más larga en esto de las apuestas y el conteo de cartas.
Se trata de John Chang. Este chico, de raíces asiáticas, contribuyó a que el equipo de blackjack del MIT se convirtiera en el grupo más exitoso de todos los tiempos en este mundillo. Lo cierto es que ingresó en él casi sin quererlo, además de que hay que mencionar que no fue el fundador de esta asociación como mucha gente piensa. Sí que fue de los máximos artífices y eso le valió una gran reputación para el resto de sus días. Su ejemplo sería tomado en todo el mundo y su carrera seguiría a pesar de que fueron detenidos por varios casinos.
Es complicado situar su historia en un punto fijo, ya que su familia se caracterizó por ser especialmente nómada. Durante su infancia, Chang conoció varios territorios de Estados Unidos, aunque siempre desde su vertiente más desagradable. Este chico se creó en las afueras de ciudades como Nueva York, Pensilvania y también Nueva Jersey. Conoció todo el ambiente que se respiraba en los suburbios en la segunda mitad del siglo XX. Y con eso nos referimos a las intensas luchas raciales y discriminatorias que se produjeron en el continente americano.
Tanto su padre como su madre estudiaron químicas, mientras que su hermana se especializó en ortodoncia después de ir a las prestigiosas universidades de Stanford y Harvard. Con estos referentes se pensaba que el pequeño John seguiría estos pasos. Su familia era optimista, ya que desde muy temprana edad su cabeza había demostrado unas dotes de conocimiento que eran superiores al de resto de chicos de su edad. Creció como tal, pero sin una educación más especial que el resto y después se marchó a la universidad. La rama seleccionada fue la de ingeniería eléctrica, una carrera que Chang se tomó muy en serio desde el inicio.
Con muy buenas referencias de secundaria fue aceptado en el MIT, el Instituto de Tecnología de Massachussets, pero las cosas no fueron por los derroteros que todos esperaban. Las clases no eran lo suficientemente motivantes para Chang y le alejaron un poco de esa vida tan estudiosa que llevaba. Entre medias aparecieron las habituales prácticas de las universidades americanas que atrajeron a este personaje. Muchos estudiantes dedicaban largas horas a los juegos de cartas en las cafeterías u otros lugares del recinto, y Chang quiso probarse en el blackjack. No estaba seguro si lo podría hacer, pero lo intentó.
El resultado fue ver que le divertía mucho este juego. Tanto que decidió apuntarse a unas clases de conteo de cartas que daban en la IAP y que tenía mucho que ver con el equipo del MIT. El IAP es un método de estudio que tiene como objetivos obtener resultados concretos a través de unos métodos y motivar a los estudiantes a seguir investigando sobre ciertas áreas. El blackjack era una de ellas y Chang no lo quiso desaprovechar. Se notó que se le daba bien, pero había un problema que le iba a prohibir haberse unido a esta asociación antes de tiempo.
Chang apenas tenía dinero y para poder entrar al equipo se requería de una inversión inicial de la que no disponía. ¿Solución? Lograrlo. Fue en 1981 cuando John se percató de un anuncio que tenía como reclamo ganar unos cuantos dólares. Éste proponía un viaje durante las vacaciones, aunque no especificaba en que consistía el trabajo. Al final resultó que se trataba del equipo del MIT, que buscaba captar nuevos socios. Chang ya tenía claro que iba a colaborar con ellos, a pesar de que su familia no aprobó desde el principio su decisión. Pero él siempre perseveró.
En sus primeros días, Chang pasó gran parte del tiempo entrenando para poder especializarse como se le pedía en el conteo de cartas. No fue nada fácil convertirlo en un apostador habilidoso y de hecho en sus primeras pruebas no terminó de dar la talla. Tanto que en su primer viaje a los casinos de Atlantic City solo era un miembro pasivo. Es decir, él ponía a prueba las técnicas desarrolladas por el equipo, pero solo podía realizar las apuestas cuando los dirigentes del grupo le daban la señal. Sus primeras apuestas oscilaron entre los diez y los cincuenta dólares y los beneficios no fueron especialmente cuantiosos.
Massar era el que llevaba las riendas del equipo por entonces, pero al perder una gran cantidad de jugadores tuvo que pedir ayudar a Bill Kaplan. Éste aseguraba que los apostadores del MIT cometían demasiados errores y eso hacía que las ganancias fueran mucho más inferiores de lo que podrían ser. Con él, se dio un nuevo giro al proyecto y se ayudó a que jugadores como Chang desplegaran todo su potencial en las mesas de juego. Lo demostraría cuando de una sola apuesta de 1.000 dólares logró un total de 8.000$.
En ese instante la adrenalina de Chang inundó toda la sala y fue felicitado por sus superiores al regresar del viaje. John disfrutaba de lo que hacía. Durante la semana trabajaba como ingeniero de software y los fines de semana se desplazaba para seguir sus aventuras de blackjack. Hasta que le llegó el momento de dar un paso adelante en la asociación. Kaplan le pidió que se pusiera a su altura y se encargara tanto de dirigir como del reclutamiento de nuevos jugadores para el equipo. Sus técnicas sirvieron de mucho, ya que de nuevo el número de miembros se incrementó hasta la cuarentena.
Bajo los mandos de John, los aspirantes a jugadores de blackjack debían pasar unas intensas pruebas de captación. Primero se les realizaba un examen escrito en el que era obligatorio describir una de las tablas estratégicas que previamente se había explicado. Después se les hacía una prueba práctica de conteo de cartas, en la que se probaban varias estrategias. La más destacada era el secuenciamiento de los ases, algo en lo que el equipo del blackjack del MIT siempre insistió mucho porque lo veía como un gran arma para vencer al crupier.
Sin embargo, Chang no fue tan comprensivo con los jugadores como otros lo fueron con él. Sino llega a ser por el curso de captación él no hubiera llegado a formar parte de esta asociación. La razón era la falta de capital para invertir, que era una de las cosas que requerían Massar y Kaplan al inicio. John también exigía que los apostadores dieran una pequeña contribución al entrar y no todos la tenían. La idea era buena, ya que de esa manera los jugadores podrían involucrarse más en el juego y no estarían pensando en la presión de tener que hacerlo bien para contentar a los jefes. Eso sí, muchos se echaban para atrás al saber este detalle.
Cierto es que los que confiaron en él no se arrepintieron. En cuestión de meses el equipo multiplicó casi por veinte sus ganancias, hasta alcanzar un total de cinco millones de dólares. El equipo estaba en la cresta de la ola, pero no supo frenar a tiempo. Gran cantidad de ese dinero se acabó perdiendo de nuevo en las mismas tablas en las que se ganó y finalmente el desánimo cundió entre la mayoría de miembros del equipo. Un equipo que dijo adiós en 1993 y que siempre tuvo un problema de fondo, que fue la mala administración de los beneficios.
Chang prolongó su aventura en otros países, pero ya nada fue lo mismo. El Caribe fue uno de sus objetivos, aunque las tierras europeas fueron las que más acabaron llamando su atención. En países como Austria, Inglaterra o República Checa se instaló por periodos pequeños de tiempo, y más largo y tendido estuvo en Francia. Las sensaciones no fueron nada buenas, ya que sentía que el crupier trataba de engañarle en muchas ocasiones. El caso es que acabó aborreciendo al país galo y nunca regresó a él.
Conforme pasó el tiempo, cada vez era más difícil pasar desapercibido como contador de cartas y eso le hizo desarrollar mucho desapego por el mundillo. Finalmente abandonó y se centró por completo en su familia. Aunque para entonces ya había hecho lo que nadie esperaba de él en esto de las apuestas.